Finalmente, después de once partidos, Nacho Buse no pudo levantar la derecha. El talentoso lituano Vilus Gaubas, en un juego muy parejo, lo derrotó y frenó la marcha triunfal del peruano, que cada día juega mejor. La pregunta que ronda en el ambiente del tenis nacional es inevitable: ¿hasta dónde puede llegar Ignacio? ¿Será mejor que Lucho Horna o que Jaime Yzaga?
Evidentemente, no hay garantías para augurar con certeza lo que le depara el futuro, pero sí señales que encienden la ilusión. Una de ellas es su versatilidad para jugar en distintas superficies. Está claro que se formó en arcilla y ahí se siente más cómodo, pero por su tipo de juego, servicio y contextura física, dominar las canchas rápidas parece una misión alcanzable en el mediano plazo. Para lograrlo deberá mejorar su aproximación a la red y su volea.
La otra buena noticia tiene que ver con su carácter competitivo. Sus habilidades tenísticas nunca estuvieron en discusión, pero no siempre las acompañaba la mejor actitud. Eso ha cambiado con el tiempo: hoy su capacidad de trabajo, su sacrificio y, especialmente, su tenacidad para no desmoronarse cuando las cosas se complican forman parte de su arsenal en el circuito.
Es difícil aventurarse a pronosticar cuál será el techo de Ignacio, pero si mantiene la línea ascendente, no sorprenda verlo pronto peleando entre los 50 mejores del mundo.