En la noche de los octavos de final del Torneo Clausura, el Cilindro vivió una de esas jornadas en las que el fútbol recuerda por qué es capaz de conmover incluso a quienes ya lo han visto todo. Lo que parecía un partido intenso pero predecible terminó convirtiéndose en una escena cargada de emoción pura, con Guillermo Francella como protagonista inesperado.
Racing había sostenido un duelo tenso y vibrante ante River, uno de esos encuentros que se juegan con el corazón acelerado. Cuando el empate parecía inamovible, el uruguayo Gastón Martirena apareció con un derechazo en el último instante del tiempo agregado. Ese 3–2 detonó una euforia inmediata y el estadio explotó en un grito liberador que borró cualquier resquicio de calma.
En medio de ese estallido, hubo un hincha que no pudo —ni quiso— contenerse. Desde su palco, Francella llevó las manos al rostro y se quebró en llanto, ajeno a la fama y al lente de la televisión. La cámara lo capturó justo en ese momento de hincha envuelto en una vulnerabilidad sincera.
Quizás Julio Ramón Ribeyro estaba en lo cierto cuando decía que en el deporte se revelan las tristezas más hondas; lo que no anotó —y la escena lo demuestra— es que también allí nacen las alegrías más intensas. Y Francella, devoto incondicional de la Academia, fue la prueba viva de ese contraste.
Consultado tras el encuentro, lo resumió con claridad:
“Ganarles a estos, como tantas veces ellos nos ganaron a nosotros, es de una felicidad indescriptible. Estuve más temprano con los muchachos y estaban convencidos de la victoria. La alegría es enorme.”
Del otro lado, Marcelo Gallardo atravesaba el golpe con la determinación de quien insiste en recomponer un momento complicado.
Mario Benedetti solía decir entre amigos que “al fútbol lo inventó Dios estando de buenas”. Al menos esta semana, ese Dios pareció vestirse de celeste y blanco, Francella lo sintió hasta el alma.
