“Cada reto encierra una oportunidad disfrazada”, suele repetirse en redes sociales en estos tiempos atravesados por la moda del coaching. Al hablar de un desafío, lo asociamos con un reto o un enfrentamiento contra un rival; sin embargo, en el caso de Marcelo Gallardo, ese reto implica la obligación de alcanzar la clasificación y evitar que se desgaste el legado que ya inscribió en la historia del club millonario. Por eso, Gallardo no solo libra una batalla en el presente: también se ve en la necesidad de resguardar su pasado.
Críticas que todavía no se expresan abiertamente, pero que se mantienen en el aire, podrían aparecer en caso de una eliminación en el duelo que se jugará en São Paulo. A esto se suma una ventana de transferencias marcada por fichajes más cercanos a un homenaje a campeones mundiales que a una gestión deportiva consistente; el respaldo depositado en delanteros de bajo rendimiento y escasa incidencia en el juego colectivo; y la falta de equilibrio e identidad futbolística, un sello que había distinguido la era del Muñeco en el club de Núñez.
River Plate atraviesa una temporada marcada por la irregularidad, al punto de que cualquier logro empieza a rozar más la épica que la realidad. A esto se suman los recuerdos todavía recientes para el hincha, como la final perdida ante Talleres y el partido frente a Monterrey en el Mundial de Clubes.
River y Gallardo afrontan el duelo más trascendental del año. Más allá de las especulaciones, todo indica que el Muñeco saldrá a esta contienda con los mismos generales de confianza que lo respaldaron en batallas previas y lo guiaron hasta este desafío. Ahora, solo queda esperar lo que el destino disponga en el Allianz Parque de São Paulo.
