A diferencia de las complicadas semanas previas a otros partidos, esta vez reinó la calma en Boca, lo que generó optimismo para el partido en la Bombonera. Los motivos de esta previa positiva fueron el regreso al estadio tras un mes, que Paredes fuera el capitán, el indulto a Kevin Zenón y los ratos de un funcionamiento más óptimo mostrado en Rosario.
Por momentos daba la impresión de que todo estaba escrito en el marcador: Boca regaló sesenta minutos de un fútbol que puede contarse entre lo mejor del año. Leandro Paredes desplegó jerarquía de campeón del mundo, Rodrigo Battaglia vivió su instante más goleador y el chileno Carlos Palacios ofreció un rendimiento que despertaba ilusiones. Pero el panorama cambió de golpe: de la comodidad del dominio se pasó al sufrimiento, de rozar la goleada a quedar con un sabor amargo. Así abandonó la Bombonera su gente.
En el repaso de las situaciones que sustentan el resultado, el primer señalamiento apunta inevitablemente sobre Agustín Marchesín. Un arquero de su experiencia debería transmitir calma y seguridad, pero ocurrió lo contrario: en la jugada del primer gol rival quedó en evidencia su inseguridad, una acción que no solo modificó el marcador, sino que también sembró dudas en una defensa que necesitaba su respaldo.
El segundo aspecto tiene nombre y apellido: Miguel Russo. El técnico no logró leer a tiempo lo que pedía el partido. Apenas realizó una modificación en un contexto donde su equipo se caía físicamente y no tenía variantes para recuperar intensidad. Esa quietud en el banco no encajaba con la necesidad urgente de refrescar el equipo y dar señales de reacción. Después de un tramo de relativa tranquilidad y con la sensación de haber enderezado el camino, Boca vuelve a abrir la semana envuelto en dudas.