Otra más para el Pincha. No solo se metió a los playoff por la ventana, ni únicamente por aquella epopeya frente a Rosario Central; ahora sumó otro clásico de visita, en la cara de los treinta mil triperos que reventaron el Bosque. Estudiantes vuelve a quedarse con un clásico decisivo en este siglo, donde suele pisar fuerte.
Y aunque Gimnasia hacía de local, su presente no acompañaba la ilusión de llegar a pelear un título. Hace un mes nomás estaba batallando por no perder la categoría, y este formato express lo empujó hasta una semi inesperada. La diferencia institucional y de plantel, más un historial reciente inclinado claramente para los de 1 y 57, ya marcaban la previa.
El Pincha manejó el trámite con la soltura de Medina, el desequilibrio constante de Edwuin Cetré, participante en cinco de los últimos siete goles, y las apariciones precisas de Tiago Palacios. Los pibes del Lobo casi no pudieron gravitar en el arranque, y quedó a la vista que venían de una semana atravesada por líos extrafutbolísticos.
El clásico, como tantas veces, se definió en los detalles: esas jugadas que a veces pasan inadvertidas pero que inclinan la balanza. Por eso la alegría del pueblo pincharrata se explica desde su ADN competitivo, desde la solidez de un club ordenado y con rumbo. Una muestra más de que se puede crecer aun siendo la vereda opuesta al poder de turno del fútbol argentino.
Ese sentido de pertenencia tan propio de Estudiantes se forja en noches así: identidad fuerte, carácter, la eterna sensación de ir contra todos y el legado que se transmite a los más chicos para que entiendan por dónde pasa la historia del club. Con coraje y personalidad, Estudiantes sigue agrandando su leyenda. Otra hazaña enorme para un club que, cuando se trata de gestas épicas, tiene un manual propio.
