“Yo habría hecho el esfuerzo”, declaró Adriano Panatta, leyenda del tenis italiano y campeón de Roland Garros, al referirse a la ausencia de Jannik Sinner —la gran figura del tenis azzurro— en las instancias decisivas de la Copa Davis.
La influyente opinión del ex número cuatro del mundo coincidió con buena parte de la prensa italiana, que no dudó en tildar al joven de “traditore” (traidor), conscientes de que sin el actual número dos del ranking mundial las posibilidades de que Italia repita el título son considerablemente menores.
En 2023 y 2024, los dirigidos por Filippo Volandri conquistaron la Ensaladera de Plata, y en ambas campañas Sinner fue el pilar fundamental del equipo, llegando incluso a derrotar al mismísimo Novak Djokovic en la serie final de 2023.
Está claro que Italia vive un momento de hegemonía en el tenis por equipos, pero ese éxito también tiene un precio alto para su principal referente. Sinner descansado es una fuerza de la naturaleza, pero cuando su calendario se sobrecarga, su nivel se resiente. Así se vio en la final del US Open, donde un Carlos Alcaraz más fresco lo superó, principalmente gracias a su mejor estado físico.
Desde entonces, tras una pausa obligada, Sinner ha regresado en una forma espléndida, imponiéndose con autoridad ante casi todos sus rivales. De hecho, se tomó revancha frente a Alcaraz al arrollarlo 6-2 y 6-4 en la final del Six Kings Slam.
Sinner, que físicamente no encarna el arquetipo del italiano promedio, ha sabido llevar con orgullo la bandera del tenis de su país, regalando a sus compatriotas dos títulos consecutivos de Copa Davis. Si ahora prefiere priorizar su carrera individual, está en su legítimo derecho.
Tildarlo de traidor no solo es injusto, sino también miope. Italia debería agradecerle lo que ya ha dado y respetar su decisión: un atleta que ha demostrado entrega, compromiso y amor por su país, incluso cuando eso significó jugar al límite de sus fuerzas.
